Resumo: |
El Ecuador se encuentra —por fin— empeñado en un proceso de cambios profundos que debemos sostener, orientar y apoyar. Si se desperdicia esta ocasión, o lo que sería peor aún, si se la pierde, las consecuencias para las actuales y futuras generaciones pueden ser ruinosas. Se repetiría, una vez más, la historia trágica de un pueblo sin norte, sin carta de navegación, con liderazgos mediocres, incapaz de diseñar un proyecto de nación que concite la participación consciente, crítica y comprometida de la mayoría de la comunidad, para lograr de manera sostenible su desarrollo espiritual y material, entendido éste como la construcción de una sociedad solidaria, equitativa y justa. Los resultados los vivimos a fines de siglo pasado cuando, del mismo modo que sucede hoy en los países centrales, la desregulación financiera impulsada por el entonces vicepresidente Alberto Dahik provocó la mayor crisis económica, política, social y moral de los últimos tiempos, cuyos efectos aún los sufrimos. El primer consenso que requiere el país es la necesidad de recuperar –renovadas- las instituciones políticas. No se puede aspirar a una democracia que funcione adecuadamente en el desorden hoy existente.
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